En estos días leí en un twit la expresión “matar cucarachas” refiriéndose a los que defienden el gobierno y luego en el FB de un amigo vi que desde el otro polo que hacía referencia a los Hutus. Casualmente, aunque sabemos que en la programación las cosas no son gratuitas ni casuales, en el cable tv estaban pasando la película “Hotel Ruanda”, de tal manera que me decidí a volverla a ver con un sentido distinto a las otras veces en que la he visto.
Y aparte de los análisis que comúnmente se han hecho sobre el rol de la radio en la siembra del odio que origino el genocidio, me llamo la atención el personaje del General Hutu. Se trata de un militar corrupto, capaz de hacer cosas fuera de la lógica del Genocidio y del espíritu de persecución contra los tutsi, con tal de “recibir provisiones”.
En el momento en que el avance del Frente Popular Revolucionario (Tutsi), hace inminente la derrota de su ejército, el general quiere llevarse al gerente del hotel y eso podía significar perderlo todo, entonces el gerente le amenaza con los juicios a que habrán de ser sometidos por genocidio los militares y en específico él. Entonces el General le manifiesta que no ha participado de la matanza, a lo cual el gerente del hotel le dice que solo él puede atestiguar a su favor, logrando con ello que continuara ayudándolo.
Narro esto porque hay que evaluar lo que significa para muchos de los gobernantes y militares involucrados en diversos delitos que habrían de ser juzgados y como esa posibilidad crea espíritu de cuerpo, complicidades, que los aferra a la defensa del status quo o del gobierno, para salvarse. Y como en la medida en que se diferencia entre unos y otros, es decir entre los delitos más graves y los de menor nivel, se genera una justicia de transición que permite superar la violencia y lograr un mínimo de paz o de gobernabilidad. Con esto quiero señalar que es importante controlar la acción indiscriminada de los radicales que aspiran a “matar cucarachas” y son capaces de generar una matazón o una guerra civil.
En los casos de transiciones como las de España y Chile, incluso en la de Argentina, se han llevado adelante juicios y acuerdos políticos que luego han avanzado en la medida en que algunos de los acuerdos mantenían un nivel de injusticia. Por ejemplo: los militares argentinos obtuvieron unas primeras decisiones que los exoneraban por tratarse de “actos de guerra” y “defensa de la patria”; igual que se argumentaba la “obediencia debida” como elemento para justificar los muertos, desaparecidos y la tortura. Pero en la medida en que se avanzó en los procesos de democratización y se abrieron fuentes de información, se pudieron reabrir los juicios y fueron condenados muchos de los que en principio se habían salvado. Tal es el caso de los juicios por el robo de niños que permitieron castigar a algunos militares que se habían librado en juicios por otros delitos.
En el caso chileno hubo acuerdos transicionales en cuanto a la estructura del Estado y la propia constitución y aún hay elementos de la constitución pinochetista. Hubo, por ejemplo, en un primer momento la condición de senador vitalicio y control de la fuerza armada para Pinochet, cuestión que luego se modificó.
Incluso en el caso argentino, como ahora en Colombia, se asumen acuerdos que por ejemplo condenaron a jefes montoneros por graves delitos cometidos, así como en el acuerdo de paz con las FARC, hay miembros de la guerrilla que tendrán que pasar por la justicia transicional. Es decir que no se trata de juzgar solo los delitos de un lado sino de ambos lados de la contienda. En nuestro caso habrá que establecer una seria comisión de la verdad, para aclarar crímenes acerca de los cuales se han sembrado dudas sobre sus asesinos y los motivos.
En el caso de Ruanda se creó un tribunal penal internacional, en el cual se condenó incluso a un cantante hutu, cuyas canciones estimularon el odio y convocaron a matar tutsis, también sacerdotes, monjas y pastores fueron condenados por complicidad o actuación directa en el genocidio.
Los tutsi no escaparon a ser ellos también protagonistas de matanzas, el Frente Patriótico Ruandes y las guerrillas del Ejército de Liberación de Ruanda, ambos integrados por tutsis, cometieron crímenes y atacaron los campamentos de refugiados que se crearon con la emigración de los hutus hacia el Congo, y Uganda.
Que el sano juicio evite que en nuestro país lleguemos a los extremos de la guerra, el genocidio y la crueldad. SI bien ha habido mucha violencia, pensar en el otro como un no humano, como una cucaracha, puede generar dimensiones horrorosas como las que vivieron en Ruanda donde hubo casi un millón de muertos en el genocidio en 1994.
En todo caso las responsabilidades por violación de derechos humanos no prescriben y en algún momento veremos actuar a la justicia como debe ser. Y justicia significa también no generalizar en cuanto a condenar a todos por igual ni dejarse enceguecer por el odio.
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