Cuando
escuche a Molina Tamayo arengar a los jóvenes que se encontraban en
pleno combate desproporcionado contra policías y colectivos en los
puentes fronterizos de Cucuta y Ureña, no pude evitar pensar en lo
que hasta el momento había analizado como el escenario Llaguno: una
movilización masiva llega a un punto de confrontación inevitable
que origina muertes y heridos, se produce una ruptura moral entre las
fuerzas represivas y se debilita el poder hasta llegar al punto de su
caída. El esperado quiebre de la estrategia del “Coraje”.
Así sucedió en 2002, cuando ese mismo Molina Tamayo apareció como Jefe
de la Casa Militar, vestido con un uniforme de Almirante que generó
molestia en las fuerzas armada por ser un militar retirado, era el
preámbulo de la derrota del golpe mejor conocido como “El
Carmonazo”.
En
esta ocasión no hubo un choque sangriento como en Llaguno, ni
pronunciamiento militar ni quiebre significativo de las Fuerzas
Armadas, solo ha habido una deserción a cuenta gotas que ya acumula
unos 600 militares y policías del otro lado de la frontera. En todo
caso, el enfrentamiento más importante no fue en donde estaba
concentrada la prensa y la televisión mundial, presta para llevarse
la gran noticia del choque de trenes. Es decir, la sangre no corrió
debajo de los puentes de Ureña y Cucuta, sino al sureste del país,
en Santa Elena de Uairen, siendo las principales victimas de la etnia
Pemón.
Mientras
ésta fue la realidad concreta, soñadores de la acción no violenta
aspiraban a que la cuestión se decidiera por una movilización
gigantesca similar a lo que significó “La Marcha de la Sal” que
protagonizara Ghandi en la India en el año 1930… y que hizo mella
en el régimen colonialista del Imperio Británico.
Encontrándome
entre los soñadores que aspiramos a que esto se resuelva con el
menor costo de sangre, quise imaginar un escenario en el que a ambos
lados de la frontera hubiesen cientos de miles de personas
presionando y facilitando la entrada de la “Ayuda Humanitaria”.
Pero no sucedió así y de nuevo las primeras planas se llenaron de
candela y plomo; en lugar de un final pacifico, no hubo ni final ni
pacifico. Sólo se abrió un nuevo capitulo del desafío y la presión
para, con el pasar de los días y luego de un recorrido por varios
países, abrir un nuevo dilema de perder-perder para el gobierno
madurista.
Se
traslada el escenario al lugar de llegada de Guaidó, si lo atrapan el
gobierno pierde, si no le hacen nada el gobierno pierde. ¿Cual de
las dos jugadas hará el gobierno? He allí el dilema. Las fuerzas de
la oposición nuevamente se mueven en el terreno de la acción no
violenta procurando un escudo protector para Guaidó con la masa de
gente en la calle y en todas las ciudades.
Y
aquí mi memoria me lleva al aeropuerto de Ezeiza. Allí, en 1973 se
produjo la llamada “Masacre de Ezeiza”. Un enfrentamiento entre
las organizaciones armadas peronistas, en ocasión del regreso de
Juan Domingo Perón a la Argentina luego de 18 años de exilio. No
estoy comparando a Guaidó con Perón. Pienso es en la llegada
retadora de un Presidente que puede generar una batalla, ya no en los
puentes de “Llaguno” o de “Tienditas”, sino en el aeropuerto
donde llegue o en la autopista La Guaira-Caracas, con posibleC
enfrentamiento entre las fuerzas represoras (colectivos y policías)
y los convocados para proteger a Guaidó.
Iván
Zambrano Bencomo
03
03 2019
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