domingo, 3 de marzo de 2019

DE LLAGUNO A SANTANDER: CAMINO ENTRE PUENTES Y BARRERAS DE SANGRE




Cuando escuche a Molina Tamayo arengar a los jóvenes que se encontraban en pleno combate desproporcionado contra policías y colectivos en los puentes fronterizos de Cucuta y Ureña, no pude evitar pensar en lo que hasta el momento había analizado como el escenario Llaguno: una movilización masiva llega a un punto de confrontación inevitable que origina muertes y heridos, se produce una ruptura moral entre las fuerzas represivas y se debilita el poder hasta llegar al punto de su caída. El esperado quiebre de la estrategia del “Coraje”.

Así sucedió en 2002, cuando ese mismo Molina Tamayo apareció como Jefe de la Casa Militar, vestido con un uniforme de Almirante que generó molestia en las fuerzas armada por ser un militar retirado, era el preámbulo de la derrota del golpe mejor conocido como “El Carmonazo”.

En esta ocasión no hubo un choque sangriento como en Llaguno, ni pronunciamiento militar ni quiebre significativo de las Fuerzas Armadas, solo ha habido una deserción a cuenta gotas que ya acumula unos 600 militares y policías del otro lado de la frontera. En todo caso, el enfrentamiento más importante no fue en donde estaba concentrada la prensa y la televisión mundial, presta para llevarse la gran noticia del choque de trenes. Es decir, la sangre no corrió debajo de los puentes de Ureña y Cucuta, sino al sureste del país, en Santa Elena de Uairen, siendo las principales victimas de la etnia Pemón.

Mientras ésta fue la realidad concreta, soñadores de la acción no violenta aspiraban a que la cuestión se decidiera por una movilización gigantesca similar a lo que significó “La Marcha de la Sal” que protagonizara Ghandi en la India en el año 1930… y que hizo mella en el régimen colonialista del Imperio Británico.

Encontrándome entre los soñadores que aspiramos a que esto se resuelva con el menor costo de sangre, quise imaginar un escenario en el que a ambos lados de la frontera hubiesen cientos de miles de personas presionando y facilitando la entrada de la “Ayuda Humanitaria”. Pero no sucedió así y de nuevo las primeras planas se llenaron de candela y plomo; en lugar de un final pacifico, no hubo ni final ni pacifico. Sólo se abrió un nuevo capitulo del desafío y la presión para, con el pasar de los días y luego de un recorrido por varios países, abrir un nuevo dilema de perder-perder para el gobierno madurista.

Se traslada el escenario al lugar de llegada de Guaidó, si lo atrapan el gobierno pierde, si no le hacen nada el gobierno pierde. ¿Cual de las dos jugadas hará el gobierno? He allí el dilema. Las fuerzas de la oposición nuevamente se mueven en el terreno de la acción no violenta procurando un escudo protector para Guaidó con la masa de gente en la calle y en todas las ciudades.

Y aquí mi memoria me lleva al aeropuerto de Ezeiza. Allí, en 1973 se produjo la llamada “Masacre de Ezeiza”. Un enfrentamiento entre las organizaciones armadas peronistas, en ocasión del regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina luego de 18 años de exilio. No estoy comparando a Guaidó con Perón. Pienso es en la llegada retadora de un Presidente que puede generar una batalla, ya no en los puentes de “Llaguno” o de “Tienditas”, sino en el aeropuerto donde llegue o en la autopista La Guaira-Caracas, con posibleC enfrentamiento entre las fuerzas represoras (colectivos y policías) y los convocados para proteger a Guaidó.

Iván Zambrano Bencomo
03 03 2019

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